Por: Carlos Magaña
21 de diciembre 2025
El sistema internacional ha dejado atrás la era de la "paz coercitiva" para adentrarse en un régimen de administración directa del conflicto. En esta nueva fase, la diplomacia no busca soluciones definitivas, sino gestionar crisis prolongadas —desde rutas marítimas hasta recursos críticos— mientras el derecho internacional deja de ser un marco de contención para convertirse en un instrumento operativo de poder.
América Latina se ha convertido en el teatro donde la coerción es más explícita. Bajo la Operación Southern Spear, Estados Unidos ha escalado su presencia naval en el Caribe, ejecutando incautaciones de petroleros y aplicando designaciones de "narcoterrorismo" para asfixiar la logística de Caracas. Esta doctrina de interdicción no solo busca el control energético, sino que presiona a actores como Brasil y México a ocupar posiciones de mediación defensiva para evitar una militarización total de la región.
Simultáneamente, México administra una agenda de presiones cruzadas. Washington ha vinculado la seguridad fronteriza y el uso de drones con la entrega de cuotas de agua del Río Bravo bajo el Tratado de 1944. Con la amenaza de aranceles automáticos y la renegociación del T-MEC en el horizonte, la soberanía mexicana enfrenta su prueba más compleja en décadas.
En el Viejo Continente, el panorama es dual. Por un lado, se acelera una militarización estructural: Alemania y el bloque báltico han formalizado la compra del sistema Arrow-3, consolidando una nueva arquitectura antimisiles. Sin embargo, esta fuerza externa contrasta con la debilidad interna. Francia se encuentra en una parálisis legislativa sin precedentes tras fracasar la aprobación de su presupuesto 2026, lo que genera una brecha de liderazgo en la eurozona justo cuando Rusia testea los límites de la OTAN con incursiones tácticas en la frontera estonia del río Narva.
Uno de los puntos de quiebre más graves de la semana ha sido el choque entre Washington y la Corte Penal Internacional (CPI). Las sanciones estadounidenses contra jueces internacionales marcan un salto cualitativo: ya no se trata de un desacuerdo diplomático, sino de un disciplinamiento directo contra instituciones que rozan intereses estratégicos. Europa observa con cautela, debatiéndose entre su lealtad transatlántica y la defensa de la justicia global.
Mientras en el Golfo y el Levante China amplía su proyección diplomática, en su entorno inmediato el pulso con Japón se desplaza a una "zona gris". Beijing ha respondido a las presiones externas acelerando su autonomía tecnoindustrial, autorizando el uso de vehículos con autonomía Nivel 3 (L3). Este avance tecnológico no es solo comercial; es una estrategia de resiliencia ante el cerco de sanciones liderado por EE. UU.
El tablero global se mantendrá bajo alta tensión en los siguientes puntos clave:
Frontera México-EE. UU.: Fecha límite para la entrega de agua y riesgo de aranceles.
Escalada en Venezuela: Posible transición del cerco naval a operaciones en tierra.
Crisis en Francia: Impacto de la falta de presupuesto en el apoyo militar a Ucrania.
Respuesta de Beijing: Reacción oficial al nuevo presupuesto de defensa estadounidense (NDAA).
El mundo ya no espera el fin de las crisis; ha aprendido a operar dentro de ellas. La pregunta para la próxima semana es quién podrá sostener el costo económico y político de este nuevo "orden de la excepción".
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