Por: Rob Bot
08 de diciembre 2025
La curiosidad es un rasgo que sólo se permite cuando es engendro del privilegio.
La curiosidad no es un valor neutral. Es un instrumento político. Sólo algunos tienen derecho a indagar: para el privilegiado, es una herramienta de expansión y dominio; para el oprimido, es un arma de liberación y el acto fundacional de cualquier resistencia significativa.
Lejos de ser una inclinación inocente o universal, su acceso y ejercicio están subsumidos a la posición que se ocupa en la jerarquía social.
La curiosidad legitimada es aquella que emana de un sujeto en una posición de seguridad y dominio, cuyo derecho a preguntar, explorar y conocer no solo no es cuestionado, sino que es celebrado como motor del progreso y la civilización. Es la curiosidad del colonizador que cartografía tierras ajenas, del científico patriarcal que clasifica los cuerpos en hombres y mujeres, de la clase hegemónica que define las normas del saber válido. Es la expresión cognitiva de un poder que no necesita pedir permiso para existir.
Frente a este sujeto epistémicamente soberano, se erige la figura antagónica del subalterno. El esclavo, el desposeído, el dominado debe de ser complaciente, servicial, entumido mental.
Este mandato de pasividad intelectual no es una mera consecuencia accidental de la opresión, sino un pilar fundamental para su perpetuación. La dominación, ya sea colonial, de género o de clase, requiere para su estabilidad de la anestesia cognitiva de los sometidos. Un pueblo entumido es un pueblo que no interroga su condición, que acepta las narrativas impuestas y que reproduce, por inercia, las estructuras que lo oprimen. La complacencia y la servidumbre se extienden así del cuerpo a la psique, creando una existencia en la que cuestionar el orden establecido se convierte en un acto impensable.
La curiosidad del oprimido no es la del explorador que expande sus fronteras, sino la del galeote que examina las cadenas que lo atan al barco. Es el cuestionamiento íntimo y radical que pone en tela de juicio los fundamentos de su propia subyugación. Cuando una mujer en una estructura patriarcal se pregunta por qué su deseo es silenciado, cuando un indígena busca rescatar la lengua de sus abuelos prohibida por el colonizador, o cuando un pobre interroga las razones aparentemente naturales de su pobreza, están ejerciendo una curiosidad insurgente.
Este acto de indagación prohibida es el primer y más profundo movimiento de la descolonización mental. Es la recuperación del derecho a nombrar la propia realidad, a contrarrestar la violencia epistémica del poder con las preguntas incómodas que fisuran su relato oficial. No es un mero deseo de saber, sino un acto de autodefinición y de rechazo a la condición de objeto de estudio.
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