Qué complejo es hablar del sentir en circunstancias tan duras como las nuestras. El capitalismo nos quiere fríos y distantes, pues es más fácil fomentar la ignorancia a través del individualismo y el egoísmo. Incluso la misma psicología y psiquiatría nos incitan a la introspección, pero ¿cómo podemos sanar nuestras tristezas sin la colectividad? 

Creo que el problema de nuestra actualidad es la ausencia de amor. La misma Biblia cristiana, por boca de Jesucristo, nos dice: "ámense los unos a los otros como les he amado a ustedes". Sin embargo, ¿cuántos pueden atreverse a decir que saben amar? 

Amamos a quienes piensan como nosotros, pero a los otros los odiamos y expulsamos. Nuestro odio y rencor los alejan de nuestros ideales y los acercan a ideas que fomentan la destrucción, volviéndolos al primitivismo del "ojo por ojo". 

Y no es fácil amar a quien odia, a quien por obtener poder decide pasar por encima de otros, ya sea mediante la fuerza o la manipulación. No es fácil poner la otra mejilla, pero quizás la fórmula para la liberación de nuestros pueblos, de nuestras almas y de estas cadenas sea el amor. 

No me refiero solo al amor romántico, al encuentro con otro ser que decida estar contigo, sino al amor a nuestras familias, a nuestros amigos, a nuestros compañeros de lucha, a quienes somos diferentes y a los seres que odian. El que odia no reconoce más sentimiento que el rencor y los demonios que recorren su vida, buscando alimentarse de más y más. En el fondo, esa persona sabe que jamás podrá llenar los vacíos que el sistema recompensa. 

El fascista es infeliz porque odia, porque vive a expensas de otros y no reconoce otra gratificación que la del sufrimiento y la destrucción. Por el contrario, los verdaderos seres de izquierda viven en sus colectividades, donde el amor es lo que crea su realidad y la transforma para que sea la realidad de todos y no solo de unos cuantos.