La incuriosidad del chef-panadero
La incuriosidad del chef-panadero
Por: Carlos Ortega
22 de diciembre 2025
Llega un chef-panadero inglés a México. Se instala. Busca, renta un local en la zona centro de la capital del país. Inaugura el espacio y empieza a hornear pan con su "equipo de colaboradores". Desde allí cruza fronteras para hablar y hablar en el extranjero, en específico en las europas.
Durante esas entrevistas afirma: "no hay cultura del pan en ese lugar". Dice que el pan es horrendo, que la harina es mala, que todo se produce de forma industrial, y que él educaría a los mexicanos en el tema. Cuando esas declaraciones llegaron al territorio que lo aceptó, acabó funado.
La situación parecería incitar al nacionalismo culinario, a defender cada receta, cada masa, cada migaja de la gastronomía local. Sin embargo, lo que quedó expuesto no fue una disputa sobre panes ni sobre gustos. Lo que mostró fue la ausencia de curiosidad. Su cierre. La imposibilidad de preguntarse por qué aquel pan es distinto y qué historias moldearon esas diferencias.
De la curiosidad, la jerarquización y de la no corrección moral del panadero
Una vez que los medios de comunicación y las redes sociales lo presionaron, el chef-panadero ofreció disculpas en un comunicado digital por "su agravio". Todo y nada ocurre. El tiempo "pasa". Él seguirá. Otros vendrán.
Al chef-panadero no se le cuestiona su pericia. No se le discute su técnica, se le señala que no preguntó. Ejecuta conocimientos, técnicas, recetas, interacciones y comparaciones, pero no practica la curiosidad. Aterriza con la mente clausurada, con un esquema previo de pan “de verdad” y pan “deficiente”; de cultura y ausencia de cultura; de quienes enseñan y quienes aprenden. Lo que ve encaja y confirma lo que ya sabía.
Desde la curiosidad, en cambio, habría bastado una pregunta simple y material:
“¿Por qué el pan en México es diferente al de Inglaterra?”
Esa pregunta no relativiza la calidad ni niega diferencias; las coloca en contexto y permite que la curiosidad se espiralice en exploración1 , en indagar cómo operó la colonia en la recomposición de cultivos, molinos y dietas, qué trigos se cultivan y cuáles se cultivaron históricamente en México, qué harinas existen hoy y cómo están atravesadas por tratados comerciales, importaciones y monocultivos, qué papel juega la industrialización del pan como alimento urbano de bajo costo; y qué saberes panaderos existen fuera del canon europeo y no son reconocidos como “cultura”.
La curiosidad no suspende la habilidad del chef-panadero, pero irrumpe la jerarquía colonial. Si él se hubiera preguntado por qué el pan en México tiene esa textura, esa acidez o ese proceso, la respuesta no habría sido un juicio de valor, sino una investigación. Ya no se trata de "educar" a un otro atrasado, sino de percibir cómo las condiciones materiales y los procesos histórico-sociales producen sabores, texturas y formas de hacer distintas. Preguntar es un corte en lo cotidiano, en esa explicación de la vida que sostiene que todo es así "porque así es".
La renuncia a la pregunta
Desde una crítica a las relaciones coloniales, recordar que el pan mexicano no debe ser inglés es apenas lo mínimo, la corteza exterior. La cuestión no está en su validación por el otro ni en la diferencia entendida como déficit, sino en la historia de despojo, dependencia agrícola, estandarización industrial y subordinación de epistemes que la causa.
El gesto colonial aparece cuando el panadero y quienes obtienen beneficios coloniales convierten su experiencia localizada en norma universal y su desconocimiento del contexto en diagnóstico cultural. No hay curiosidad sino traducción inmediata de diferencia en carencia.
Preguntar desde la curiosidad implica aceptar una incomodidad inicial:
"Esto no sabe como espero, y no sé por qué".
Ese no-saber es político. Desde ahí, la curiosidad no adorna la crítica, la hace posible. Permite pasar de la afirmación "no hay cultura del pan" a la búsqueda de las relaciones sociales que produjeron esa forma concreta de pan. La curiosidad que invita a imaginar es ya una forma de resistencia, porque rehúsa aceptar que el mundo actual sea el único posible y que el pan que puedas estar comiendo en este momento sea el único que puedas conocer, probar, tocar o contar ya sea que lo tengas en un plato, servilleta o en la mano.
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